Desde el andén vimos irse el tren, los devotos nos saludaban des-de las ventanillas mientras yo y Tito nos decíamos con cierta angustia y tristeza: “Nosotros, deberíamos haber estado allí en ese tren con ellos…”
PARTE 2
Entre tanto Tito y yo comenzamos a predicar a todos nuestros amigos.
Hablábamos mucho con Mario pero en especial con Osvaldo que vivía en Ramos Mejía. Siempre que íbamos a su casa había muchos hippies dro-gándose con él, nosotros aprovechábamos la locura y nos quedábamos también allí.
Recuerdo alguna vez quedarme en su casa toda la noche completamente locos y filosofando y de a ratos tocando la guitarra, y a la mañana siguiente para despejarnos comíamos pizza, pero en lugar de ponerle orégano por encima Osvaldo le ponía marihuana.
A Osvaldo le llamábamos el filósofo por qué le gustaba mucho leer a Platón, era un buen amigo con el que compartimos muchos momentos juntos como esa vez que nos fuimos a vivir con otros hippies a una isla…
Los tres, junto a otros amigos hippies seguimos yendo a al templo du-rante casi un año. Un día estaba en la casa de Tito y golpean a la puerta, era Osvaldo que nos invitaba a ir al templo para quedarnos a vivir allí para siempre, nosotros estábamos aplastando con una cuchara pastillas para luego destilarlas y preferimos quedarnos en lo nuestro, Osvaldo se fue so-lo y ese día se rapó la cabeza, y ya al día siguiente nuestro amigo estaba dando libros en sankirtana, desde esa vez y hasta hoy, él nunca ha dejado de predicar la Conciencia de Krishna, ahora se llama Jayadhvaja Dasa.
A los pocos días, y después de escuchar a las doce de la noche el pro-grama de radio “Alternativa” dedicado al rock, fuimos con Tito a un mangal-arati por que no podíamos dormir, la droga no nos dejaba.Mientras subíamos las escaleras del edificio, unas devotas vieron la apa-riencia de nuestras caras y llamaron rápidamente a los devotos, no nos dejaron entrar y nos echaron del templo.
Nos preguntábamos: ¿Cómo podía ser que Osvaldo se hubiese hecho devoto antes que nosotros y ahora a nosotros ni siquiera nos querían a-llí…?
Un día yendo en tren, con Tito encontramos un incienso en la ventanilla del vagón donde estábamos sentados, pensamos que eso era un aviso con el cual Krishna nos estaba llamando…
Al mes, decidimos por fin irnos a vivir al templo.
Yo me quedé definitivamente y por la misericordia de Prabhupada hasta hoy sigo haciendo servicio devocional, Tito se fue a los tres días, actual-mente reside en Derqui, pero viviendo fuera del templo hasta hoy siempre ha sido vegetariano, ha tenido su altar con Krishna, y siempre ha leído los libros de Srila Prabhupada, tengo muy buenos recuerdos de él y lo aprecio mucho.
Una importantísima razón por la que me hice devoto, fue la calidez y la humanidad del presidente del templo Pramana dasa, uno podía estar muy angustiado por algo, pero con solo mirarlo y ver su sonrisa tan particular, toda la ilusión se iba como por arte de magia, A veces sentía que Prabhu-pada estaba algo lejos, pero aquí todos teníamos cerca a Pramana quien e-ra nuestro más querido líder y amigo…
Aún hoy recuerdo el día en que Pramana dejó la presidencia del templo por que tenía que irse a otro sitio. ¡No entendíamos como algo así podía suceder!, yo creía que iba a estar toda mi vida en ese pequeño templo de la calle Ecuador 473 saliendo a sankirtana todos los días y refugiándonos en Prabhupada y en Pramana.
Recuerdo a todos los devotos en la acera del templo y a Pramana subiéndose al taxi, saludándonos agitando sus manos y luego marcharse, todos teníamos un gran nudo en la garganta y a algu-nos se les resbalaban las lágrimas de los ojos. Se iba “nuestro querido pre-sidente” y lo más importante se había roto un sueño, o una ilusión, ahí em-pezamos a comprender que la Conciencia de Krishna era algo mucho más grande y distinto que aquel entrañable templito de la calle Ecuador 473.
La vida en el templo era muy simple, yo salí a sankirtana a partir del tercer día de estar allí, y permanecí fijo en ese servicio durante todo el tiempo que estuve en Sudamérica, era muy austero, la gente en la calle nos gritaba continuamente, desde los coches también nos gritaban o a veces nos tiraban cosas, pero nuestra conciencia de Prabhupada era muy fuerte, y durante todo el día y cada vez que distribuíamos un libro pensábamos en él.
Los domingos no salíamos a sankirtana y por la mañana se escuchaba en todo el templo desde un viejo grabador una cinta de bhajans cantada por Prabhupada, en realidad siempre tuvimos solo dos cintas, la de Prabhupa-da y una de Visnujana Swami. Recuerdo que cuando Prabhupada paraba de cantar y empezaba a hablar, todos nos llenábamos de una ansiedad extrema y corríamos por todo el templo buscando a Dharmananda par que nos tradujera lo que Prabhupada decía. ¡Para nosotros era importantísimo!
Los devotos nos arremolinábamos alrededor de Dharmananda y él pa-cientemente nos traducía, luego volvíamos a nuestro servicio de limpieza o de cortar vegetales para la fiesta de domingo, aunque algunas mañanas íbamos a cantar a la feria hippie de “Plaza Francia”.
Algo que siempre recuerdo es que nuestro templo aunque viejo, era extremadamente limpio por donde se mirase.
Antes de ser devoto cada dos por tres estaba detenido en comisaría, y creí que cuando me hiciese devoto esto se acabaría, pero mi gran sorpresa fue que siendo devoto me detenían más que antes, y muchísimas noches con otros devotos tuvimos que dormir en algún calabozo húmedo y sucio.
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